Luisa Lane/Superman


Por Alejandra Abulafia ¿A quién salva Superman? Al hombre común, al anónimo y al alcohólico, al hombre de traje gris y sombrero retro que camina desprotegido por las metrópolis del mundo. Los superhéroes son luchadores en nombre de la justicia, de la verdad, de los derechos de la humanidad. Imaginemos un hombre o una mujer como nosotros, que esta mañana se tomó un café, se miró al espejo, quizás se hizo una mueca, se descubrió una nueva arruga o se prometió una vez más que dejará de fumar. Lo que ese hombre o esa mujer ignoran al cerrar la puerta de su casa, es que ese será su último café con leche, su última mueca ante el espejo, su última promesa al futuro. La causa de este destino no es el azar o la mala suerte. Es que cuando ese hombre o esa mujer vive bajo regímenes fundamentalistas islámicos, al cerrar la puerta lo que hay fuera de la puerta de su casa no es la misma realidad con la que se encuentra un ciudadano de Madrid, Londres, Nueva York, Montevideo o Tel Aviv. Ese hombre si es homosexual tendrá los días contados antes de que un vecino, un amigo o un compañero de trabajo lo denuncie y termine colgado en una plaza. Si es mujer, pues más le vale que camine tapada de pies a cabeza. Esa mujer no puede ni chistar frente a todas las vejaciones que las mujeres deben soportar gracias a las bendiciones de la Sharia (ley musulmana. Ley que admite que por su condición de mujer sea azotada o lapidada. Ley que decide sobre su sexualidad y sobre sus opciones profesionales y afectivas. Si ese hombre o mujer que sale esa mañana de su casa es un opositor al gobierno y se manifestó en contra de su soberano (ora en la calles, ora con un grito nocturno en los balcones, ora a través de un blog) puede que esa mañana sea el día que lo vengan a buscar. Ninguno de ellos regresará nunca más a ese café, a ese espejo, a esa promesa de futuro. Esto está pasando en nuestras narices, está sucediendo a la vuelta de la esquina.

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