El ‘impeachment’ a Trump culmina una etapa de fractura política
Los demócratas advierten de que
retendrán los cargos contra el presidente hasta asegurarse un juicio 'justo'.
El mandatario denuncia una "caza de brujas"
AMANDA MARS
Washington 20 DIC 2019
- 08:35 CET
El impeachment contra Donald
Trump nace herido de partidismo. Salió adelante el miércoles gracias al control
demócrata en la Cámara de Representantes y se estrellará en el Senado gracias a
los republicanos. El presidente de Estados Unidos está acusado de abuso de
poder y obstrucción al Congreso por el escándalo de Ucrania, pero la absolución
se da tan por segura que los demócratas temen que el juicio político se
convierta en una pantomima. El
impeachment, un mecanismo constitucional muy divisivo que Estados Unidos activa
por tercera vez en la historia, culmina tres años de tormenta política y se
encuentra con un país ya partido por la mitad.
Ambas partes se acusan de mala
fe. La presidenta de la Cámara, la demócrata Nancy Pelosi, advirtió este jueves
de que no enviará los cargos aprobados al Senado mientras no se hayan sentado
las bases para un proceso “justo”, lo que podría retrasar el juicio. El líder
de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell está coordinado el
procedimiento con la propia Casa Blanca, según admitió hace días, y calificó la
intención de Pelosi como un reconocimiento de la debilidad de la causa sobre
Trump.
El magnate despertó este jueves
como nuevo miembro del reducido club de presidentes estadounidenses
impeacheados. Tomó su cuenta de Twitter y acusó al Partido Demócrata de haber
puesto en marcha “la mayor caza de brujas de la historia americana”. Un rato
después, el líder de los republicanos en el Senado, Mitch McConnell, denunció
la "ira partidista" de la oposición. Pelosi le replicó al minuto:
“Cuando nuestros padres fundadores redactaron la Constitución, sospecharon que
podía haber un presidente corrupto. Lo que no sospecharon es que al mismo
tiempo hubiese también un líder corrupto en el Senado”. Y frente a la Casa
Blanca, en una tienda en campaña habitualmente allí instalada, un cartel pedía
la destitución del “traidor de Trump”.
El día después fue, en resumen,
tan crispado como cualquier otro día en Washington. La sensación de
cotidianidad que ha transmitido todo este proceso, desde que la investigación
en la Cámara baja echó a andar el pasado 24 de septiembre, solo se explica por
el clima de turbulencia que Estados Unidos ha normalizado a lo largo de la era
Trump. Los otros dos procesos públicos abiertos contra presidente en el siglo
XX -el de Bill Clinton, en 1998, y el de Richard Nixon, en 1974, que no cristalizó
en impeachment porque dimitió antes- mostraron hasta qué punto un juicio
político de estas características puede dividir a una nación. En este caso, la
nación ya está completamente dividida.
El partidismo en el Capitolio se
ha extremado hasta llegar a lo tribal. Este miércoles los 431 miembros de la
Cámara de Representantes estaban llamados a votar sobre los cargos contra el
presidente, acusado de haber presionado -chantajeado incluso- al Gobierno de
Kiev para lograr que anunciara unas investigaciones que perjudicaban a los
demócratas y le favorecían electoralmente. Los legisladores debían decidir si
todo lo que había estado leyendo y escuchando de testigos sobre el escándalo de
Ucrania evidenciaba un caso de abuso de poder y de obstrucción al Congreso. Y
el resultado se ajustó casi a la línea del partido casi al milímetro. Ni un
solo republicano presente en la sala vio motivos para juzgar a Trump y, sin
embargo, todos los demócratas, salvo tres excepciones, lo consideraron
irremediable.
El primer artículo del
impeachment, de abuso de poder, salió adelante con 230 votos a favor (229
demócratas y un independiente) y 197 en contra (195 republicanos y dos
demócratas). El cargo de obstrucción al Congreso fue aprobado con 229 a favor y
198 en contra (de nuevo, todos los republicanos, más tres deserciones
demócratas y una abstención).
Y no, no siempre fue así. En el
impeachment a Bill Clinton por el caso Lewinsky, del que este jueves se
cumplieron 21 años, 31 demócratas votaron a favor de iniciar la investigación
del demócrata. Luego, en la votación final en la Cámara, el equivalente a lo
sucedido este miércoles, Clinton tuvo el voto negativo de cinco de los suyos y
una docena de apoyos de la oposición, el Partido Republicano. A Richard Nixon fueron
sus propios aliados los que fueron a pedirle que dimitiera.
En la sociedad civil, el clima
también es distinto de entonces. Un estudio de Pew Research, el centro de
investigaciones sociológicas de referencia en Estados Unidos, alertaba en 2014
de que la antipatía de los adultos hacia el partido político de la oposición
era mayor que en cualquier otro momento de las dos últimas décadas. El
porcentaje de votantes republicanos con una imagen “muy negativa” de los
demócratas se duplicó, del 16% al 38%, entre 1994 y 2014. Y en sentido
contrario, de demócratas contra republicano, el desagrado se disparaba del 17%
al 43%.
La llegada de Trump al poder
tiene algo de consecuencia y de combustible para esa crispación. No se
encuentra en la historia moderna un presidente tan divisivo, que haya roto
tantos protocolos, que haya convertido el insulto y las acusaciones de
conspiración a sus propias instituciones en algo tan cotidiano. Lo mismo se
burla de los dientes de Pelosi por Twitter, que tacha de débil y falso al
primer ministro de Canadá, o cuestiona la credibilidad de sus propios servicios
de inteligencia. Todo, sucedían las investigaciones -por financiación ilícita
de campaña u obstrucción a la justicia- y el activismo antitrump se recrudecía.
En teoría, los senadores deben
ahora determinar si Trump congeló 391 millones de dólares en ayudas militares a
Ucrania y jugó con una invitación a la Casa Blanca con el fin de lograr unas
pesquisas sobre su rival político Joe Biden y el hijo de este, Hunter, por sus
negocios en el país. También, si el torpedeo del mandatario a esta
investigación, negando la declaración 12 testigos de la Administración y la
entrega a una treintena de documentos, amerita el cargo de obstrucción. Pero
esto no va de leyes ni de pruebas, va de matemáticas: 53 de los 100 escaños
están ocupados por los republicanos.