REFUGIADOS SIRIOS
Los El Alí sueñan con Alemania
Solo un 1,7% de los refugiados sirios ha sido reasentado por países occidentales
Natalia Sancha
Zahle (Líbano)
10 MAR 2015 - 20:58 CET
Sumida en un sueño hecho realidad, la familia El Alí no puede parar
de sonreír a cada pregunta. Tras salir del cursillo orientativo,
impartido por la ONU, Adnan, su mujer, tres hijos, cinco sobrinos, su
hermano y su cuñada repasan los deberes. En tres días se subirán por
primera vez a un avión para ser acogidos por el Estado alemán. No tienen
idea de a qué ciudad van, pero eso no es motivo de preocupación, lo
importante es salir de Líbano. “¡Caput!”, espeta entre carcajadas Adnan,
de 35 años, aunque aparenta muchos más. “Hoy hemos visto cuantos
habitantes tiene Alemania, 80 millones, y nos han dicho que hay un tren
que se mueve bajo tierra”, añade. “¿Qué se siente al subir a un avión?
¿Da mucho miedo?”, interrumpe en seguida su mujer, Tamaga, de 28.
En marzo de 2013, la familia El Alí al completo huyó del barrio de
Hayura, en Saida Zeinab, a 12 kilómetros de Damasco. Su casa fue
destruida por los enfrentamientos. “Era como una película. Morteros,
tiros, muertos, gritos. No sé cómo sobrevivimos. Tuvimos que hacer
boquetes a través de los muros que daban a las casas de los vecinos para
lograr escapar. Había francotiradores que al ver a los niños no
disparaban, pero otros, apuntaban a todo lo que se movía”, relata este
padre.
Como otros seis millones de desplazados, Adnan y su familia marcharon
a pie hacia Damasco. Sin rumbo ni más familiares a los que acudir,
vagabundearon varios días por las calles para que una vez más, el azar
les llevara a sumarse a un grupo de desplazados que huían a Líbano.
“Llegamos a la frontera libanesa y una vez dentro, nos encontramos otra
vez sin rumbo. Un conductor de camión nos dijo que fuéramos a Bar Elías
[un barrio en la periferia de Zahle], porque era seguro para los
refugiados sirios suníes”, recuerda Adnan, que por primera vez salía de
su país. Y sin más dilación hacia allí se encaminaron convirtiéndose en
un número más entre los cuatro millones de refugiados y, en concreto,
entre los 1,15 millones que han buscado paz y refugio en Líbano.
Tras dos años como refugiados en este país, ahora empieza la cuenta
atrás para abandonar lo que hoy llaman su hogar; una endeble tienda
hecha de palos y lonas en el asentamiento informal de El Fares. Este
campamento alberga a 30 familias, que celebran la noticia de los El Alí
con vítores, algunos sin ocultar su envidia. Ninguno de los tres hijos
de Adnan y Tamaga llega a los 10 años, pero los tres tienen talasemia
(enfermedad crónica de la sangre), cuyo coste entre medicación y
tratamientos alcanza los 500 euros mensuales, cifra imposible de reunir
para unos padres refugiados. El viernes, los El Alí se sumarán a los
104.000 refugiados sirios reasentados, según datos de la ONU, en una
veintena de países lejos de sus fronteras desde el inicio del conflicto,
en marzo de 2011.
“217.724 han solicitado ser reasentados desde 2011, y 6.937 familias
lo han obtenido”, afirma Dana Sleiman, portavoz del Alto Comisionado de
la ONU para los Refugiados (ACNUR) en Beirut. Un millar de sirios más se
suma a esta espera cada mes. Líbano, Turquía y Jordania albergan al
98,3% de los cuatro millones de refugiados sirios. Países de Occidente
han acogido a tan solo el 1,7%, con Alemania y Suecia a la cabeza de la
lista de países solidarios con el 52%. España está a la cola, con 130
casos de acogida.
La tienda de los El Alí será ocupada por otra familia de refugiados.
En un espacio de apenas 15 metros cuadrados conviven hoy 12 personas.
Una estufa, un televisor, varias alfombras de plástico, colchones,
mantas y un camping gas es todo el mobiliario del que disponen. Adnan es
consciente de que su familia escapó por poco de seguir el mismo destino
de los 220.000 muertos en los últimos cuatro años. No por ello entiende
cómo han entrado a formar parte del 1,7% de afortunados reasentados en
terceros países. “La vida en Huyara era muy bonita. Teníamos una tienda
de ropa, ingresos modestos, buenos vecinos y una vida honesta, pero
éramos felices”, asegura Adnan. “Hoy tenemos la suerte de que gente que
no nos conoce nos acoja. No sé por qué lo hacen, pero estaré siempre en
deuda con los alemanes y con los europeos”, añade conmovido. Antes de
despedirse, Tamaga insiste: “¿Pero da mucho miedo o no eso del avión?”.