GRECIA
Bruselas admite el riesgo de accidente en Grecia y da un serio aviso a Tsipras
La Comisión advierte de que una salida del euro sería catástrofica para la eurozona
Claudi Pérez
Bruselas
13 MAR 2015 - 21:37 CET
El primer ministro griego, Alexis Tsipras,
llegó este viernes a Bruselas en busca de alianzas, de comprensión, de
un poco de aire tras seis semanas muy duras en el poder. Y encontró
buenas palabras en público por parte de las instituciones europeas y
alguna que otra señal —mínima— para el optimismo, pero sobre todo serias
advertencias en privado: Bruselas quiere progresos rápidos y decididos
tras mes y medio perdido, y reclama a Tsipras un perfil mucho más bajo
por parte de sus ministros más incisivos para rebajar la tensión con los
socios del euro. La Comisión Europea y la Eurocámara consideran que
Tsipras ha dilapidado un tiempo precioso y buena parte de su capital
político en una estrategia diplomática desastrosa, que se ha llevado por
delante las simpatías iniciales que había despertado para su causa.
Hasta el punto de que ya nadie descarta un accidente con Grecia. Ni
siquiera los propios griegos.
La Comisión Europea alertó este viernes de la “catástrofe” que
supondría una suspensión de pagos acompañada de una salida del euro de
Grecia. El brazo ejecutivo de la Unión admite así públicamente que esa
opción empieza a estar sobre la mesa, tras unas declaraciones recientes
del ministro de Finanzas alemán, Wolfgang Schäuble, en las que no descartó ninguna posibilidad. El jefe de la Comisión, Jean-Claude Juncker,
habló de evitar “un fracaso”. “No es tiempo de división”, subrayó en
una breve rueda de prensa con Tsipras, a pesar de que parte del partido
de centroderecha que encabeza la canciller Angela Merkel, amén del establishment económico germano más conservador, abogan públicamente por una salida de Grecia del euro.
Bruselas y Atenas iniciaron el pasado miércoles el trabajo técnico
destinado a detallar las reformas imprescindibles para que la ayuda
financiera llegue a Grecia. Pero no está nada claro que el Gobierno de Syriza
—una coalición de partidos de izquierda— esté en disposición de cumplir
los compromisos que reclaman los socios del euro. Tsipras llegó a
Bruselas con un mensaje constructivo y reclamó “solidaridad” a Europa,
“un mensaje de esperanza y no solo de aplicar obligaciones y más
obligaciones”. Pero su Ejecutivo insiste en enseñar los dientes: un
portavoz del Gobierno griego explicó que Atenas se verá obligado a
convocar “un referéndum” si los acreedores de Grecia piden medidas extra
de austeridad a cambio de ayuda financiera. Varios ministros, incluido Yanis Varoufakis
—que provoca urticaria entre sus homólogos de la eurozona—, han
apuntado en esa dirección en los últimos días, con una votación que se
convertiría en una suerte de plebiscito sobre la salida de Grecia del
euro.
Bruselas no quiere ver ni en pintura ese tipo de escenarios, que
siguen siendo improbables pero han aparecido como parte de la estrategia
de negociación —en el mejor de los casos— o porque realmente existen.
El comisario de Asuntos Económicos, Pierre Moscovici, explicó en Der Spiegel
que los efectos de un accidente serían “catastróficos, pero no solo
para Grecia: también para la eurozona en su conjunto”. “Si un país
abandona la Unión, los mercados se preguntarán inmediatamente cuál es el
próximo. Sería el principio del fin de euro”. No está claro, sin
embargo, que todo el mundo en Europa comprenda bien ese riesgo. El 52%
de los alemanes estaría a favor de una salida de Grecia de la eurozona,
según una encuesta de ZDF. Y varios ministros del Eurogrupo han dado a
entender que se trataría de un problema manejable.
Ese riesgo, en fin, ya está ahí. En parte por razones políticas. Pero
también por motivos económicos: el PIB griego se ha parado en seco; los
ingresos han caído a plomo; la banca es dependiente del BCE, y Grecia
es incapaz de financiarse en los mercados. A ese panorama se le suma el
desafío diplomático: el presidente de la Eurocámara, Martin Schulz,
subrayó tras un encuentro con Tsipras “las dificultades” en las
relaciones con los socios. El clima se ha enrarecido en Alemania (tras
la reclamación de las reparaciones de guerra), pero Berlín ha encontrado
aliados incluso entre los países periféricos rescatados —Portugal,
Irlanda, España—, que ejercen de arietes en las reuniones contra Grecia
porque no quieren ver ni en pintura un trato de favor que ninguno de
ellos ha tenido. Y si esa fiebre no baja, todo es posible en Europa.