Cameron encalla en la ambigüedad

El proyecto de 'gran sociedad' del dirigente británico no logra calar entre los conservadores - Los principales partidos atraviesan un momento crítico
WALTER OPPENHEIMER - Londres - 08/10/2010


La política británica atraviesa un momento crítico. La recesión y las elecciones de mayo, que abocaron a un Gobierno de coalición a un país acostumbrado a las mayorías absolutas, ha alterado por completo el panorama. Los laboristas han optado por dar un giro a la izquierda de la mano de un líder, Ed Miliband, que muchos consideran menos capaz que la alternativa, su hermano David.

Los liberales-demócratas, atrapados en la necesidad de que la legislatura sea lo más larga posible para demostrar que las coaliciones también generan gobiernos estables y con autoridad, tienen que pagar a cambio un precio muy alto: aceptar un ajuste del gasto del que renegaban antes de los comicios. Eso les ha llevado a hundirse en los sondeos y corren el riesgo de perder en mayo el esperado referéndum sobre la reforma electoral porque el sí solo puede ganar si los simpatizantes laboristas y liberales-demócratas se toman la molestia de acudir a votar... y hacerlo a favor de la reforma.

Hasta los independentistas escoceses, que han gobernado Escocia mejor de lo que muchos esperaban, están en crisis porque la recesión ha llevado al desplome a los dos países en los que se inspira su proyecto independentista: Irlanda e Islandia. Y con ellos ha caído el referéndum sobre la independencia.

Mientras, los conservadores se debaten entre la inminencia de un recorte que se adivina impopular y la impresión de que el canciller del Exchequer, George Osborne, le está cogiendo tanto gusto a la tijera que la intensidad y celeridad de los recortes parece cada vez más un impulso ideológico que una necesidad patriótica.

Una de las obsesiones de los tories es hacer calar la idea de que el ajuste es imprescindible, pero se hará de forma equitativa. Es decir, que la carga no recaerá sobre las espaldas de los más modestos.

Probablemente la decisión anunciada el lunes por Osborne de recortar las ayudas por hijos a la clase media tenía precisamente ese objetivo: demostrar que el Gobierno es capaz de tomar medidas que perjudican directamente a su base electoral. La exagerada reacción en contra de dos diarios de la derecha, el Daily Mail y el Daily Telegraph, refuerza esa impresión.

La izquierda también ha encontrado motivos para oponerse. Por un lado, por el absurdo de que las ayudas se supriman si uno de los cónyuges gana más de 50.000 euros al año, pero se mantengan si el matrimonio gana conjuntamente, por ejemplo, 95.000 euros, pero ninguno de ellos supera el tope de 50.000. Pero los laboristas han puesto el acento sobre todo en el simbolismo de que los tories hayan acabado con la universalidad de esas ayudas. Y creen que es un primer paso para acabar con el principio de prestación universal de otros servicios, como la educación o la sanidad.

La polémica generada y la inminencia del anuncio en los Comunes del detalle del ajuste, el próximo día 20, dejó a David Cameron sin muchas cosas que anunciar en su primer congreso tory como primer ministro. Y se decidió por rescatar lo que quiere que sea su señal de identidad política, la big society, la gran sociedad. Es un concepto de difícil comprensión para el ciudadano de a pie, que los tories de pura cepa miran con desconfianza y que los más pragmáticos creen que restó, más que sumó, votos en las elecciones de mayo. La dificultad para entender el mensaje de Cameron es que tiene muchas interpretaciones. Y algunas verdades de Perogrullo.

Es una obviedad decir que la crisis financiera no es solo culpa del Gobierno laborista por no atar más de cerca a los banqueros sino también de estos por sus abusos. Es tan obvio como que no se puede culpar de un navajazo al fabricante de la navaja.

Cameron dice algo más. Asegura que la ciudadanía no es un contrato que te da derecho a recibir unos servicios, sino una relación. Pero eso es ya más subjetivo. Mucha gente puede pensar que sí es un contrato y que no tiene por qué implicarse en la gestión de los servicios que paga con sus impuestos. Para eso hay profesionales de la sanidad, de la educación o de la gestión municipal. ¿Por qué es mejor ciudadano el que participa en patrullas de vigilantes que el que dedica su fin de semana a ir al cine o al teatro y a cenar fuera? Uno está creando empleo. El otro más bien tiende a suprimirlo.

Los laboristas creen que detrás de las invocaciones de Cameron al voluntariado y a la participación del ciudadano palpita un impulso ideológico a favor de la reducción del Estado y que ese impulso se transforma en conseguir que el ciudadano asuma parte de las tareas del Estado. Si tú patrullas tu barrio a la caza de delincuentes harán falta menos policías. Una bonita forma de recortar gasto público. ¿Pero pueden esos vigilantes garantizar la eficacia y la neutralidad que se le exige a un policía profesional?


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