Bélgica, dos países al precio de uno

Un partido independentista flamenco aspira hoy a ser el más votado.- Solo el 9% de los flamencos y el 4% de los valones apoyan la partición del Estado
RICARDO MARTÍNEZ DE RITUERTO | AGENCIAS - Bruselas - 13/06/2010

En este soleado domingo de la primavera bruselense una manifestación avanza despacio y en silencio por las calles del centro de la capital de Bélgica. Una pancarta, escrita en las tres lenguas oficiales del país (neerlandés, francés y alemán), abre la marcha: "Sí, queremos vivir juntos". Es el grito ahogado de quienes temen que el país desaparezca laminado por los separatistas flamencos, a quienes los sondeos pronostican una holgada victoria en las elecciones parlamentarias de hoy .

Más de siete millones de electores están convocados a las urnas para elegir a 150 diputados y 40 senadores de elección directa. Las 15.391 oficinas electorales han abierto sus puertas a las 8.00 y cerrarán entre las 13.00 y las 15.00 en función de si cuentan con equipamiento para permitir el voto electrónico (el 40% de ellas) o manual. El voto es obligatorio en Bélgica, por lo que el elector que incumple su deber sin justificación es castigado con una multa económica mínima de unos 50 euros.

El complejo mapa político belga , divido en dos mitades estancas por una frontera lingüística que exige partidos y electores neerlandófonos en la norteña Flandes y partido y electores francófonos en Valonia, con una concesión al bilingüismo en la región de Bruselas, saltó por los aires inesperadamente en mayo ante la imposibilidad de que unos y otros se pusieran de acuerdo en cómo abordar una minúscula excepción, en torno a Bruselas, que permite a unos electores francófonos en tierra de Flandes votar por partidos francófonos. Esta crisis forzó el adelantamiento de los comicios en un momento económico crítico para el país y a pocas semanas de que Bélgica asuma la presidencia rotatoria de la Unión Europea.

Situación difícil

La Nueva Alianza Flamenca (N-VA) del joven historiador Bart de Wever, una formación republicana, conservadora e independentista, parece abocada a convertirse en el primer partido del país, si bien, por las extremas peculiaridades del sistema político belga, la familia socialista (flamencos y francófonos) debería ser la más fuerte en el Parlamento entrante.

La marcha bruselense tiene un aire funeral, como la columna de un ejército que arrastra la derrota hacia la retaguardia. La víspera se ha celebrado el Día del Orgullo Gay y decenas de miles de personas han llenado ruidosa y jocosamente durante horas el centro de la ciudad. "Hubo 35.000 manifestantes para los gays y lesbianas y no hay suficientes personas en favor de Bélgica", se lamenta un ciudadano. Estimaciones oficiales cifraban después en menos de 2.000 los movilizados en defensa de la unidad nacional.

Más que el contraste con los manifestantes del día anterior, les duele recordar que dos años y medio antes una manifestación análoga arrastró a otros 35.000 belgas, también entonces fundamentalmente francófonos. Aquella expresión de voluntad popular contra la deriva descentralizadora quedó en nada y ahora solo quedan la impotencia y el hastío.

El panorama político belga cambia más rápidamente de lo que el país puede soportar. Un personaje notable, que prefiere ocultar su nombre por ocupar un alto cargo en un organismo multinacional, vaticina: "Estamos asistiendo al final de una generación política, la que estaba al timón tras las elecciones de 2007. En un par de años todos habrán desaparecido".

Prueba de ello es el N-VA, nacido en 2001 y hoy a punto de convertirse en la primera fuerza política belga. En 2007, el partido de De Wever iba en coalición con el histórico movimiento Cristiano Demócrata y Flandes. El 4% de los sufragios que obtuvo entonces en Flandes pueden convertirse en el 25% si aciertan los sondeos. Y más cuando alrededor del 40% de los votantes no saben qué decir en la urna. De Wever ha capitalizado la frustración de los flamencos con un sistema federal que no termina de funcionar, y en particular con la irritación constante que produce la circunscripción de Bruselas-Hal-Vilvoorde (BHV), una mancha mestiza de flamencos y francófonos en torno a la capital que rompe con el principio de que el país está dividido nítidamente en dos partes por una frontera lingüística al norte de la cual (Flandes) solo hay vida para el universo neerlandófono, mientras en el sur (Valonia) el país es exclusivamente francófono. Bruselas, asentada geográficamente en Flandes y francófona al 90%, tiene un estatuto especial bilingüe.

La excepción de BHV, declarada no conforme a la Carta Magna por el Tribunal Constitucional, envenena la relación entre el norte y el sur, enzarzados en una guerrilla institucional con constantes golpes bajos, políticos y sociales, en ese territorio. A esa guerra de desgaste se suma la distinta evolución socioeconómica de Flandes y Valonia, que lleva a los norteños a acusar a sus vecinos del sur de ser poco menos que parásitos.

Desde hace 40 años, cuando el Estado unitario dio lugar al federal, Bélgica ha realizado cinco reformas institucionales a costa del centro, y ahora prepara la sexta, que no será la última. Las negociaciones para formar Gobierno se prevén largas. De Wever, que ha hecho a los demás bailar a su ritmo en esta campaña, se dice dispuesto a aceptar que el próximo primer ministro sea el líder socialista francófono Elio di Rupo para compensar las exigencias políticas que piensa presentar y para dar confianza a los francófonos. En cuanto a si Bélgica se parte, políticos y politólogos son unánimes: "No". Solo el 9% de los flamencos y el 4% de los valones están por la separación.


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