Terrorismo en Egipto: una realidad y una falsedad

Por: | 30 de enero de 2014


ImagesJQPKL8I9Tras el ejercicio de forzado ilusionismo político que ha supuesto la aprobación de la Constitución, los actuales gobernantes egipcios creen haber encarrilado el proceso a favor de sus intereses. En su afán por asentar un nuevo orden- que es, en realidad, el viejo orden de siempre- los militares (y sus ocasionales compañeros de viaje) parecen ahora centrados en tres líneas de acción.

Por un lado, en el ámbito exterior, confían en lograr al menos la aceptación pasiva de su poder por parte de la comunidad internacional. Conscientes de que, como ocurre desde hace décadas, son vistos como los garantes de la paz con Israel y del libre tráfico por el Canal de Suez, buscan ser aceptados nuevamente en el escenario internacional. Así se lo ha indicado ya Washington, reactivando la ayuda militar, y así lo muestran gestos como el de la monarquía saudí, ofreciendo otros 4.000 millones de dólares (que se suman a los 12.000 comprometidos ya por Riad y otras capitales del Golfo) para sostener la depauperada economía nacional. La Unión Europea, mientras tanto, con su reiterada indefinición para adoptar una línea de acción común, acorde con sus propios (y solo teóricos) principios de defensa de los valores democráticos y de respeto de los derechos humanos, también parece dispuesta a avalar los hechos consumados tras el golpe de Estado del pasado verano.
En el plano interno, el esfuerzo principal se reduce a consolidar la elevación del hombre fuerte del ejército a los altares de la presidencia. Para ello, en paralelo a una impresionante operación mediática que lo presenta como un salvador de la patria, Abdel Fatah al Sisi ha sido ascendido, con el refrendo del Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, al grado de mariscal de campo. Eso le permite, siguiendo un modelo ya ensayado en Pakistán hace décadas, encaramarse por encima de cualquier otro uniformado, tanto para poder nombrar a un nuevo ministro de defensa (ya comienza a sonar con fuerza el nombre del teniente general Sedki Sobhi)- cuando tenga que abandonar la milicia para presentarse como candidato presidencial-, como para reservarse una teórica autoritas sobre cualquier posible competidor futuro cuando ya ocupe el palacio presidencial.
Esto hace prever que Al Sisi llegará a la presidencia, no tanto por elección como por aclamación popular, investido de un poder que nadie ha tenido en Egipto desde la legendaria figura de Gamal Abdel Nasser. Pero ni aún así podrá curar las profundas heridas sociales y políticas que han dejado las revueltas de estos últimos tres años, ni mucho menos solucionar los graves desequilibrios económicos que arrastra Egipto desde hace mucho tiempo. También él, en no mucho tiempo, tendrá que enfrentarse a las críticas que deriven de su incapacidad y falta de voluntad para alumbrar un Egipto próspero y democrático. Y entonces volverá a cobrar sentido la sentencia de que “más dura será la caída”, no solo para él sino para todos los egipcios que hoy confían sin fundamento en su varita mágica.
Por último, es igualmente prioritario mantener el esfuerzo de erradicación del entramado que conforman los Hermanos Musulmanes (HH MM), insistiendo hasta la nausea en que se trata de una organización terrorista. El ejemplo más reciente de este empeño es calificar al grupo yihadista Ansar Beit al Maqdis como el brazo armado de los HH MM. Este grupo, aparecido en 2011 en el Sinaí como ejecutor de puntuales acciones violentas, ha evolucionado hasta convertirse hoy en una nueva franquicia de Al Qaeda. Si ya en septiembre pasado fue responsable del intento de asesinato del ministro de interior, Mohamed Ibrahim, posteriormente ha sido capaz de asesinar al teniente coronel Mohamed Mabrouk, experto en contraterrorismo (17 de noviembre) y más recientemente de atacar con un coche bomba la sede de la Dirección General de la Seguridad (24 de enero) en plena capital, y de atentar contra el gasoducto que se extiende al sur de El Arish (28 de enero). Su última acción ha consistido en el asesinato del general Mohamed Said (28 de enero), ayudante del ministro de interior, en una nueva muestra de que sus capacidades han aumentado significativamente hasta el punto de no circunscribirse a la incontrolada península del Sinaí, sino también a El Cairo y otras ciudades.
Hay terrorismo yihadista en Egipto, es tristemente cierto y cabe prever que esa realidad vaya en aumento. Pero la estrategia de la confusión inspirada por los actuales gobernantes egipcios, haciendo a los HH MM responsables de todo acto violento, es una falsedad que ni sirve para responder eficazmente a una amenaza tan real como la del yihadismo, ni contribuye a pacificar a la calle egipcia.

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