In memoriam Mohamed Bouazizi

Por: Jesús A. Núñez | 17 de diciembre de 2011
Hoy tendríamos que estar conmemorando el primer aniversario de la muerte del tunecino Mohamed Bouazizi que, con su inmolación, puso en marcha un proceso de movilizaciones ciudadanas que afectan a un buen número de países árabes. Sin embargo, los titulares de prensa se ocupan preferentemente de la violencia que vuelve a sacudir a Egipto, en medio de un proceso electoral que confirma la irrupción del islamismo político como actor de referencia y, simultáneamente, la voluntad de la casta militar gobernante de guiar con mano férrea al país hacia un escenario que preserve el statu quo actual y sus propios privilegios. Mucho más que en las ansias de democracia que expresa buena parte de la población, la atención parece estar centrada en la inquietud que genera el ascenso del partido salafista Al Nur y en el potencial belígeno que deriva de una posible fractura de la convivencia entre musulmanes y cristianos coptos. También nos hablan del creciente caos en el que se va sumiendo Libia, tras una intervención militar internacional que se inició con buen pie (protección de civiles), para convertirse inmediatamente en un ejemplo de lo que no debe hacerse (alinearse con uno de los bandos combatientes, en abierta contradicción con las Resoluciones de la ONU). Libia es un nuevo ejemplo de la política de parcheo que ha seguido Occidente en estas últimas décadas de relación con los países árabes, buscando la estabilidad a toda costa, aunque eso supusiera apostar por gobernantes con escasas credenciales democráticas. Hoy, las principales figuras del Consejo Nacional Transitorio se distinguen mucho más por su capacidad de supervivencia (sabiendo saltar del barco de Gadafi justo cuando comenzaba a hundirse irremediablemente) que por su afán liberal. Siria es hoy el tercer frente mediático; pero solo para confirmar que el régimen sigue dispuesto a ahogar violentamente las ansias de cambio de su población, mientras la comunidad internacional muestra escasos deseos de ir más allá de las sanciones económicas. No parece que el nuevo mensaje de Moscú- apuntando a un cambio de posición tras el informe de la ONU sobre los 5.000 muertos ya acumulados- suponga un giro sustancial a corto plazo. Mientras tanto, la ausencia mediática de Bahrein o Yemen no puede interpretarse como una buena señal. En el primer caso, nada ha cambiado en la práctica tras la acción militar liderada por Arabia Saudí (aceptada sin crítica alguna a pesar de no contar con ningún aval legal). En el segundo, la salida del poder de Saleh es más formal que real, en el marco de una lucha entre confederaciones tribales, sin que la democracia hoy esté más cerca que antes. ¿No hay nada que celebrar? Sí, sin duda. Hoy hay cuatro dictadores menos en nómina y comienza a perder peso la demonización del islamismo político. También es muy positiva la lección que están dando las sociedades árabes mostrando su deseo de cambio a través de procesos eminentemente pacíficos (la violencia la ponen sobre la mesa los regímenes). Pero, en todo caso, aún falta mucho para que la balanza se incline hacia el lado positivo de la historia. ..

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