EDITORIAL

El cerco a El Asad Crece la rebelión interna contra el régimen sirio a la vez que su aislamiento diplomático La oposición siria acepta que Turquía intervenga para proteger a los civiles Turquía, la clave para la crisis siria 17 NOV 2011 - 21:45 CET
La situación siria ha experimentado un salto cualitativo con el ataque a un importante centro de espionaje militar próximo a Damasco, que habría ocasionado una veintena de bajas entre las fuerzas gubernamentales. La revuelta popular contra la despiadada dictadura de Bachar el Asad, que se acerca a su noveno mes, se había venido manifestando como un movimiento pacífico, que ha pagado su desafío con casi 4.000 muertos. El asalto, el miércoles, del autodenominado Ejército Libre Sirio contra un acuartelamiento que juega un papel clave en la represión, añade a su importancia intrínseca el hecho de estar protagonizado por militares rebeldes, que comienzan a funcionar como brazo armado de una difusa oposición y cada vez en mayor número se unen a la población civil. Hasta hace algunas semanas parecía imposible plantearse la posibilidad de un relevo en Siria, pese a haber perdido cualquier legitimidad un régimen sanguinario que ha traicionado todas y cada una de sus reiteradas promesas liberalizadoras. Pero a El Asad comienzan a volverle la espalda hasta sus propios cofrades regionales. A la dictadura siria le importan poco las sanciones y condenas de Estados Unidos o la Unión Europea en nombre de los derechos humanos, mientras no afecten decisivamente a su ya atrofiada economía o se abran paso hacia una resolución enérgica del Consejo de Seguridad, algo que por el momento impiden Rusia y China. Pero cuestión distinta es para Damasco que la Liga Árabe, durante 60 años un club de autócratas, amenace ahora con sanciones y su expulsión definitiva a uno de sus más conspicuos miembros fundadores por no cumplir sus compromisos reformistas. O que Turquía, antiguo aliado, acoja en su suelo a la balbuciente oposición siria. O que el rey de Jordania pida públicamente a El Asad que se vaya. La ira de Damasco se ha manifestado esta semana en el ataque orquestado contra varias embajadas árabes. Bachar el Asad, que se creía a salvo del vendaval de dignidad que sacude el mundo árabe, está irremisiblemente acosado. El crescendo en Siria, donde decenas de personas siguen muriendo cada semana por querer librarse del tirano, exige de las potencias democráticas redoblar sus esfuerzos económicos y diplomáticos, especialmente en Naciones Unidas, para acelerar el aislamiento de un régimen exterminador y la caída de su cabeza visible.

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