Tres juicios incómodos

La sentencia política sobre Bo Xilai ya está dictada, la judicial quizás se haga esperar Manel Ollé 20 AGO 2012 - 20:50 CET Mientras en las villas veraniegas de Bedaihe los máximos dirigentes chinos ultiman con discreción sus negociaciones sobre el reparto de poder en la próxima década, hemos podido ya asistir al primer acto de la respuesta judicial a la constelación de escándalos que ha acompañado la caída en desgracia del líder Bo Xilai. En este contexto delicado, se quieren dar tantas muestras de firmeza como de prudencia. Se trata de evitar que se deslegitime la transición de liderazgo en curso. Hay por ahí dos escenarios de peligro: en primer lugar que se refuerce la idea de una corrupción generalizada en las altas esferas, con posesiones y grandes sumas de dinero colocadas en el extranjero. En segundo lugar existe el riesgo de que se pueda interpretar que todo se reduce a una vendetta política, para echar del poder a Bo Xilai. Hay que leer la sentencia que ha recibido Gu Kailai a la luz de este intento de despolitizar el caso a base de cargar las tintas del melodrama familiar. De ahí la truculencia de los detalles. Se ha juzgado el caso de una madre de personalidad inestable, adicta a los sedantes y antidepresivos, que al saber que su hijo Bo Guagua está en peligro en el extranjero, reacciona de forma violenta y expeditiva ante las amenazas y chantajes de un empresario inglés. Todo muy humano, quizás demasiado humano. La sentencia de pena máxima en suspensión se asegura de paso el silencio futuro, para evitar que se pudiesen llegar a abrir indeseables cajas de Pandora. Quedan dos protagonistas pendientes de juicio. En la medida que en sus casos no hay cadáveres encima de la mesa y que en ambos casos hay una agenda oculta, se vuelve imposible predecir con certeza como avanzarán, aunque probablemente sin prisas. En el caso del superpolicía Wang Lijun no se sabe a ciencia cierta qué documentos filtró a los norteamericanos en su huida al consulado y en qué términos se produjo su retorno a las autoridades de Pekín: sin duda la traición se castigará con dureza. Quizás en términos similares a la que ha recibido la mujer del líder defenestrado. Sobre Bo Xilai la sentencia política ya está dictada, la judicial probablemente se haga esperar. Aún se han de concretar los cargos que se le imputan, de momento vagos y orientados a la corrupción económica, el flanco que políticamente más le puede perjudicar. Bo Xilai no cabalgaba en solitario: cuenta con padrinos de gran poder y con no pocas simpatías ganadas con su estilo populista. Desactivar los efectos perniciosos que pudiese generar su caso, es tarea prioritaria tanto para los líderes actuales como para los que están a punto de llegar. Manel Ollé es profesor de historia y cultura de la China contemporánea de la Universitat Pompeu Fabra.

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