VENEZUELA OPINÓN
¿Esto se está
terminando?
09 DE ABRIL DE 2017 12:13 AM
Cuando estaba la reacción antiguzmancista en su
apogeo, después del Septenio, todo indicaba que se fortalecería la lucha por lo
que se entendía entonces como una recuperación de la democracia, pero un suceso
inesperado cambió el rumbo del proceso. Francisco Linares Alcántara, líder del
movimiento, caudillo célebre y jefe del Estado, murió de manera repentina. El
atacado Guzmán volvió por sus fueros. A mediados de 1945 predominaba un
ambiente de calma en el país, sin que los nubarrones estorbaran el paisaje del
presidente Medina Angarita, pero en octubre un movimiento armado lo echó del
poder. En noviembre de 1957 se observaba tranquilo a Pérez Jiménez, mandando a
sus anchas, pero en enero del año siguiente escapó al exilio debido a un
cuartelazo afortunado. ¿Qué lección sacamos de estos sucesos, susceptible de
servirnos para mirar con cuidado lo que hoy pasa en Venezuela?
La mayoría de los derrocados pensaba que tenía la
sartén por el mango, que podía dominar los escollos de su sendero. Sus sabuesos
vigilaban al adversario, o sabían cómo apretar las tuercas ante aventuras
peligrosas, o sus allegados aseguraban que todo se encontraba bajo control. Sin
embargo, no estaba en sus manos el dominio de unas realidades que debían
desplazarlos para que sus voceros se ocuparan del reemplazo. Las fuerzas
políticas tienen sus mañas y sus planes, que los dominadores de un tiempo
determinado solo pueden pronosticar o manejar a veces. Un detalle que parece
trivial, un mal paso de los hombres fuertes que de pronto resbalan, una pradera
que se incendia para apagarse más tarde, rumores sin fundamento que se esparcen
según la orientación del viento, distancias inesperadas en el interior de una
cúpula, pujas subalternas que no encuentran desenlace, señales extrañas que
provienen del vecindario… preparan el terreno para mudanzas que no parecían
accesibles en la víspera. La política no sigue un itinerario predeterminado, ni
siquiera durante el predominio de los regímenes autoritarios. Es hija de los
vaivenes o habitualmente depende de ellos. Nadie la prepara en su escritorio
para que funcione según unos designios que parecen infalibles, aunque esté
rodeado de bayonetas y billetes. Casos como el de Gómez mandando por la fuerza
durante 27 años hasta la hora de la muerte son excepcionales, pese a que el
tirano no dejara de perder el sueño ante numerosas evidencias de inestabilidad.
Si así han funcionado y funcionan las vicisitudes
políticas, ¿se debe esperar a que funcionen solas para esperar resultados?,
¿hay que aguardar a que se den a su real manera, como si gozaran de plena
autonomía, sin hacer nada para acompañarlas? Cuando se mira hacia los
pormenores, como se ha tratado de hacer en los párrafos anteriores, se quiere
llamar la atención sobre la lentitud del reloj de la historia, que es distinto
al que mueve nuestras actividades de todos los días, más urgida de respuestas
inmediatas en torno al destino personal. El destino de las sociedades sigue un
calendario moroso que invita a la impaciencia, pero que obedece a fuerzas
establecidas desde antiguo contra las cuales no puede predominar la voluntad
personal. Solo una agregación de voluntades, fraguada a través de largos
períodos de maduración, encuentra la meta de un cambio substancial. No se
cambia la historia como se cambia uno de camisa, sino solo cuando la camisa
está deshilachada y no aguanta un nuevo viaje a la tintorería.
La dictadura de Maduro es como una de esas camisas
deshilachadas, cuya meta es el tarro de la basura. No hay lavandero que le
quite las manchas. La sociedad quiere estrenar nueva indumentaria, pero la
prenda no se confecciona de un día para otro, ni siquiera en momentos
cruciales. La dictadura tratará de remendarla, anda en eso con más contumacia
que solvencia, pero hará lo posible para usarla sin exhibir el tamaño de sus
miserias. Quizá el sueño del madurismo sea el mismo del gomecismo, aunque la
actualidad no se lo permita. Pero su arma es la misma, con los retoques que
sugiere la evolución del almanaque: la represión. Frente a ella, la sociedad
debe sentir que la mudanza no sucederá mañana, tal vez, especialmente porque no
consiste solo en el estreno de un flamante figurín, pero también que parece
inminente el advenimiento de un nuevo tiempo histórico sobre cuyo comienzo
nadie tiene fecha precisa.