OPINIÓN

 

El largo viaje de Maduro

El presidente venezolano ha dado la vuelta al mundo en los últimas dos semanas en una gira que el propio mandatario había presentado como crucial para la economía del país

 

 

Un grupo de personas simpatizantes del presidente Maduro asistió el pasado sábado a un acto en el Palacio de Miraflores. / SANTI DONAIRE (EFE)
 
El presidente venezolano Nicolás Maduro ha dado la vuelta al mundo en una gira que el propio mandatario había presentado como crucial para la economía del país. En casi dos semanas ha visitado China, Irán, Arabia Saudí, Qatar, Argelia, Rusia y Portugal, calificando de gran éxito el recorrido, lo que parece perfectamente discutible.
La situación venezolana es hoy un gotha del horror económico. El déficit presupuestario podría llegar este año a 20.000 millones de dólares (17.200 millones de euros), que es lo que asegura haber conseguido en China, pero solo de eventuales inversiones; la deuda externa es de 115.000 millones, las reservas, de unos 21.000 millones, y su servicio sobrepasará los 11.000 millones en 2015; el riesgo país supera los 3.000 puntos, con lo que los préstamos se encarecerían hasta un 27% de interés; el dólar se cotiza a 180 bolívares, cuando el cambio oficial es de 6,3; y mantener la red internacional de subvenciones obligaría a deducir de una producción de 2,5 millones de barriles diarios, entre 250.000 y medio millón para reembolsar a China préstamos que desde 2007 suman casi 50.000 millones, 100.000 a Cuba, y entre 100.000 y 200.000 a los beneficiarios de Petrocaribe, lo que dejaría para la exportación quizá dos millones, a menos de 40 dólares la unidad.
Todo ello permite preguntar ¿cuánto chavismo cabe en un barril?, habida cuenta de que se cotiza a un tercio de hace unos años. La Venezuela de Hugo Chávez ha sacado de la pobreza a un fuerte porcentaje de ciudadanos y ha desarrollado una política exterior en la que ha dado mucho a cambio de poco, salvo posiblemente en el caso de Cuba, que aún es la gran asistente social de la revolución bolivariana. Pero la continuación de esa de generosidad universal no parece sostenible.

 

Sería inexacto responsabilizar exclusivamente de todo ello a la Administración Maduro, porque los pródromos del derroche vienen del fundador, Hugo Chávez, fallecido en marzo de 2013. Pero es fácil percibir un notable grado de improvisación en la conducción del Estado. El mismo viaje presidencial parece una ocurrencia del instante, porque cuando se quiere algo no se pide al bajar del avión, sino que se acuerda de antemano, especialmente con China, que se toma su tiempo. El presidente parece moverse bien en el regate corto, en el complejo equilibrio entre fuerzas del propio sistema: Ejército, colectivos ultrachavistas, barones del partido (PSUV), pero no se aprecia una visión de futuro, antes bien una apresurada promulgación de leyes habilitantes, planes de recuperación económica, y declaraciones que no alivian la penuria del supermercado; que el “imperialismo”, eterno contenedor para todas las acusaciones, se regocija de tales estrecheces es seguro, pero el error es endógeno. Incluso la apropiación de la figura de Bolívar, que Chávez arrebató a la derecha (Ibsen Martínez), no funciona como coartada historicista con el sucesor.
La Venezuela chavista no es hiperrevolucionaria como pretende. Destruyó una institucionalidad liberal-capitalista, sin crear otra de sustitución plenamente coherente, sino una amalgama de legislación siempre interpretable para limitar el margen de acción de las fuerzas opositoras. El biógrafo —crítico— de Chávez, Alberto Barrera, dice que Maduro tiene “cara de mientras tanto”. En diciembre habrá elecciones legislativas. Entonces sabremos hasta cuándo.

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