EE UU reanuda la ayuda a Egipto pese a las vulneraciones de derechos humanos

La Casa Blanca condena la sentencia a los periodistas pero celebra la “asociación histórica”

 

El presidente egipcio, Abdelfatá al Sisi, recibe al secretario de Estado de EE UU, John Kerry, en El Cairo, el 22 de junio / REUTERS
 
Con guerra en Irak y Siria, caos en Libia y la impresión en Washington de que las primaveras árabes fueron un mal sueño que sólo trajo desorden e inestabilidad, Estados Unidos regresa a los viejos modos que garantizaron una precaria pax americana en la región.
Egipto, anclaje durante décadas de la primera potencia en Oriente Medio y el mundo árabe, es de nuevo un aliado indispensable. Un círculo se cierra. Tres años después de la caída de Hosni Mubarak, otro militar, el nuevo presidente Abdelfatá Al Sisi, es el hombre fuerte de EE UU. En El Cairo, el fin de semana, el secretario de Estado John Kerry habló de la “asociación histórica” entre ambos países, anunció el desbloqueo de 575 millones de dólares en ayuda militar y prometió que “muy, muy pronto” las fuerzas armadas recibirían diez helicópteros Apache.
“La idea de que las cosas vuelven al ‘business as usual’, a las relaciones habituales entre Egipto y EE UU, no debería ser así”, dice Joe Stork, responsable de Oriente Medio y Norte de África en la organización proderechos humanos Human Rights Watch. “Es hora de que haya un cambio”.
"Lo que intentan hacer es mantener la relación con los militares egipcios de manera normal, tanto como sea posible, y al mismo tiempo ser más abierta y públicamente críticos con el gobierno de Egipto, o con cosas que se hacen en Egipto, de lo que eran con el [anterior] presidente [Mohamed] Morsi", dice Michele Dunne, especialista en Oriente Medio del laboratorio de ideas Carnegie Endowment for International Peace. "El problema es que se trata de una contradicción: un día anuncias que se reanuda una ayuda 575 millones, y el siguiente dices: 'Oh, Dios mío, la situación humanitaria en Egipto es indignante'. ¿Cuál de los dos vale? No está claro".
La resaca de las primaveras árabes empuja al presidente Obama hacia la ‘realpolitik’
La sentencia de prisión a tres periodistas de la cadena Al Yazira, dos días después de conocerse la condena a muerte a 183 militantes de los Hermanos Musulmanes, mereció la reprobación de la Casa Blanca. En un comunicado, el portavoz del presidente, Barack Obama, pidió al Gobierno egipcio que indultase o conmutase las sentencias de los periodistas y concediese la clemencia a todos los condenados por motivos políticos.
Pero las decisiones judiciales recientes no han alterado los planes para reanudar la alianza militar que desde finales de los años setenta apuntaló la relación entre EE UU y Egipto. El trato era redondo. A cambio de mantener la paz con Israel, Egipto recibía cada año centenares de millones de dólares que invertía en armamento made in USA. El dinero no sólo creaba empleo en las fábricas del Medio Oeste de EE UU sino que ofrecía a este país una palanca para influir en Oriente Medio.
Las primaveras árabes —las revueltas contra los líderes autoritarios que estallaron en 2011— obligaron a Obama a revisar las alianzas de EE UU con regímenes como el egipcio.
En Túnez, el país que mejor parado salió de este proceso, EE UU apenas intervino. En Libia contribuyó a la campaña de bombardeos que acabó con la caída y muerte de Muamar el Gadafi. En Siria, el levantamiento contra Bachar el Asad derivó en una guerra civil en la que han muerto más de 150.000 personas. Irak era un caso aparte. Fue el antecesor del demócrata Obama, el republicano George W. Bush, quien ordenó la invasión de este país en 2003, antes de las primaveras, pero dejó una lección en Washington: los cambios de régimen no podían venir impuestos de fuera.
Durante estos años el presidente de EE UU ha mantenido una posición ambigua, dividido entre la retórica en favor de la democracia, los intereses nacionales y la constatación de que la influencia de EE UU es limitada ante un proceso difícil de controlar.
"No ha habido una política de EE UU coherente ante la primavera árabe", dice Dunne. "En todo caso, sería una respuesta cauta, en algunos casos una respuesta de esperar y ver y un intento, con antiguos aliados como Egipto, de regresar en lo posible a las cosas tal como eran antes de 2011".
Egipto, el país más poblado de la región, era la prueba del éxito o fracaso de las protestas. Obama titubeó durante las manifestaciones de la plaza Tahrir, en El Cairo, que precipitaron la caída de Mubarak y coincidieron con una visita al Pentágono de los mandos militares egipcios. Preservó la relación con el ascenso al poder de Mohamed Morsi, el líder de los Hermanos Musulmanes. Se resistió a designar como un “golpe de estado” el golpe de estado que hace un año derrocó a Morsi e instauró a un gobierno bajo control de las fuerzas armadas. En octubre EE UU suspendió parte de la ayuda militar.
“En Egipto, Estados Unidos ha sido demasiado reticente a criticar el gobierno: primero con Mubarak, después los generales, después Morsi y, desde julio, de nuevo los generales”, dice Stork. “A cada paso EE UU ha sido muy reticente a criticar abiertamente y aún más reticente a dar pasos como condicionar la ayuda militar [al respeto de los derechos humanos]”.
En Oriente Medio el tiempo de la democratización y el idealismo en la política norteamericana han quedado aparcados. La realpolitik —la política exterior fundada en los intereses nacionales—vuelve al orden del día.

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