ALEMANIA-EEUU
La presión de Merkel por Irán y los aranceles se
estrella ante la indiferencia de Trump
La visita relámpago
de la canciller alemana muestra el enfriamiento de las relaciones con
Washington
Washington 28-Abril
2018
Con Emmanuel Macron hubo besos,
cena de Estado y salvas militares. Con Angela Merkel, visita
rápida, comida de trabajo y adiós. El viaje relámpago de la canciller alemana a
la Casa Blanca mostró ayer el tamaño real de la relación entre Washington y
Berlín. Lejos de la cercanía establecida en la era Obama, el presidente de EEUU y
la líder alemana jugaron el papel de dos antagonistas condenados a verse.
Merkel presionó para que se mantenga el pacto nuclear con Irán y
la exención de aranceles a Europa. Y Donald Trump permaneció indiferente. Eso
fue todo.
Merkel se presentó en Washington con pocas cartas en la mano. Pero tras los
días de vino y rosas de Macron, trajo algo de realidad. Lo primera fue un plan
para comprar armas por valor de 550 millones de dólares que sirve a los deseos
de Washington de que Alemania aumente su gasto militar hasta el 2% del PIB en
2024 (ahora está en el 1,2%). La segunda, ya como líder europea, fue la petición de que la Casa
Blanca haga permanente la exención arancelaria sobre el acero y el aluminio que
vence el 1 de mayo. Y la tercera, la presión para que no abandone el pacto
nuclear con Irán el próximo 12 de mayo. En este último punto, la canciller
aceptó, como ya hiciera Macron, que el acuerdo es insuficiente. “Es cierto que
no basta para contener las ambiciones iraníes. Es cualquier cosa menos
perfecto, pero es solo un ladrillo del edificio, debemos atender a toda la
región”, dijo Merkel.
Trump permaneció inalterable. Sobre los aranceles,
se guardó mucho de mostrar sus intenciones y simplemente disparó su cartucho
habitual: “Pido reciprocidad y justicia. Y con la Unión Europea tenemos un
déficit comercial de 150.000 millones de dólares, de los que 50.000 millones
corresponden al sector automovilístico”.
Tampoco fue más dialogante con Irán. “Es un régimen asesino y
les puedo asegurar que no tendrán el arma nuclear no que seguirán con su apoyo
a todo el terrorismo en todo Oriente Próximo”, zanjó.
No hubo más juego. El presidente de EEUU había dejado clara su
lejanía. “Yo represento a EEUU; y ella, a Alemania”. Luego dio por concluida la
reunión sin ningún avance concreto. Poco que ver con lo ocurrido días antes con
el presidente francés.
Trump y Macron exhibieron en Washington una amistad única y
desbordante. La de dos líderes en la cima del mundo. Con Merkel todo fue frío,
distante. Y a nadie le extrañó. Ambos son polos opuestos. La fricción es su
destino. Una energía negativa que ni los saludos ni las sonrisas protocolarias
logran disimular. Ya cuando era candidato, el republicano la atacaba. En plena
crisis de los refugiados sirios, la acusó de “arruinar” a su país y le reprochó
aceptar la acogida de “todos esos ilegales”. Ganadas las elecciones, no fue mucho
más comedido. En la visita del año pasado a
la Casa Blanca, evitó darle la mano ante las cámaras y poco
después no dudó en calificar a Alemania de “mala, mala”.
En el universo Trump, donde todo está sometido a la doctrina del
América Primero, Merkel es básicamente una rival. Encarna la Europa que
desconfía de él – “los europeos tenemos que tomar el destino en nuestras
manos”, dijo la canciller en mayo-. Y dirige el país con el mayor superávit
del planeta (248.000 millones de euros). Una ofensa para el presidente de una
economía cuyo déficit comercial creció el año pasado un 12% hasta rozar los
500.000 millones de euros (52.000 millones con Alemania).
A esta desconfianza, con la que Trump cosecha millones de votos,
se suma la falta de sintonía personal. Al igual que le ocurre con la primera
ministra británica, es incapaz de conectar con la canciller alemana. Excesivo e
imprevisible, Trump actúa en código binario. El mundo se divide en buenos y
malos. Sumas y restas. El todo o la nada. Justo lo contrario que Merkel.
Educada al otro lado del muro, bajo una feroz dictadura
comunista, esta antigua doctora en Física todo lo pondera. A cada gesto le
otorga un peso y un valor. Y pocas veces desdeña el diálogo. “Mejor hablar uno
con otro, que uno de otro. Somos aliados y tenemos intereses compartidos”,
repite a menudo.
Una consigna que ayer en Washington le sirvió de poco. Para
Trump, Alemania es un aliado distante. Atrás queda la privilegiada relación
entre Obama y Merkel. Ese sitio lo ocupa ahora Macron.