ANÁLISIS

Un caballo de Troya para Tsipras

El líder griego visita Moscú, donde es probable que su anfitrión, Vladímir Putin, intente aprovechar la ocasión para concederle alguna ofrenda envenenada


“Timeo danaos et dona ferentes [temo a los griegos incluso cuando traen regalos]”, advirtió el sacerdote troyano Laocoonte ante la extraña ofrenda de los adversarios, el célebre caballo de la Eneida. Alexis Tsipras haría bien en recordar el memorable verso de Virgilio durante su visita en el Kremlin. Esta vez no son los griegos los que entregan un astuto regalo: son aquellos que lo pueden recibir. El primer ministro heleno visita este miércoles y este jueves Moscú, donde es probable que su anfitrión, Vladímir Putin, intente aprovechar la ocasión para concederle alguna ofrenda envenenada, en forma de descuento sobre el precio del gas, crédito o levantamiento de limitaciones a la venta de productos agrícolas.
Putin aprovecha hábilmente toda ocasión que se le presenta para dividir a los socios de la UE. Para introducir un caballo de Troya. Cultiva con maña relaciones con el Frente Nacional francés —al que bancos rusos ofrecen créditos— con el Gobierno húngaro de Orban y, fuera de los Veintiocho, mantiene viva la conexión ortodoxa con Serbia. La visita de Tsipras es otra oportunidad para su juego estratégico. Las concesiones que logre Atenas en el Kremlin pueden causar malestar en la UE.

 

El viaje, por supuesto, es un legítimo acto de política exterior griega. Pero es obvio que, en un momento en el que Putin es ya claramente un adversario de Occidente y en el que las negociaciones sobre la ayuda financiera a Atenas se hallan en una fase crítica, trabajar para mejorar las relaciones bilaterales heleno-rusas envía un mensaje cuando menos equívoco. Mensaje simbólico que, por cierto, tiene antecedente: el embajador ruso fue el primero que Tsipras recibió tras su victoria electoral.
El coqueteo con Rusia, el modo y el tempo de las reivindicaciones para que Alemania abone indemnizaciones por los daños causados por los nazis y el trato dispensado a los funcionarios de la troika son elementos muy comprensibles en clave de campaña electoral, pero indescifrables en el marco de una negociación internacional. Tsipras y Syriza tuvieron tras su victoria la oportunidad de establecer una sintonía con fragmentos importantes del estamento europeo que tienen el deseo de marcar un viraje de política económica con respecto al quinquenio anterior. Juncker —con su programa de inversiones—; Draghi —con su quantitative easing—; el comisario Moscovici —sin duda receptivo a un discurso de flexibilización de la austeridad—; y, en general, los Gobiernos de Francia e Italia.
La alineación de estrellas era interesante para Tsipras, para convertir a Syriza en catalizador de fuerzas para un cambio de rumbo. Pero la ocasión parece haber sido desperdiciada. Varias iniciativas griegas han causado desconcierto o malestar. Nadie discute su legitimidad democrática. Pero: ¿su oportunidad política? ¿Qué sentido tiene acercarse a una Rusia enemistada con Europa? ¿Una Rusia en gravísima crisis económica? Pese a sus afanes de superpotencia, el PIB de Rusia es como el italiano; y en contracción.
Veremos cómo se desempeña Tsipras en el Kremlin y si sabrá esquivar regalos envenenados que puedan causar molestia en Bruselas. Muchas cancillerías se fijarán en cuánto y cómo sonreirá Tsipras en la foto con Putin.

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